Visitando a la abuela convaleciente comenté la vez que, siendo niña, el médico de la familia me pegó porque yo no quería que me tocara la pierna que me dolía. De esa manera empezamos a conversar sobre las costumbres de no hace tanto tiempo donde se permitía y era normal que los adultos le pegaran a los niños.
Yo me acordé de las palizas que en mi infancia me daba mi padre. Todavía recuerdo el ardor y la sensación de no aguantar más de una de ellas, o la vez que llegó de trabajar y le mostré las marcas que me habían quedado en los tobillos por los cintazos y su contestación de "te lo mereces" o el día que pensé "minga me agarras" y salí corriendo hacia la vereda y lo perdí atrás de mi, yo patitas pa' que te quiero por el medio de la calle.
La esposa de mi primo recordó que una vez la madre quebró un palo de escoba en su espalda, la patada en el traste que le dio su padre a los quince años y los zapatillazos que le propinó su abuela porque no la dejaba dormir la siesta.
Mi tía, nuera de mi abuela, contó que la madre siempre andaba con un rebenque para descargar en alguno de sus hijos ( y yo recordé en silencio la vez que con mi primo vaya a saber que travesura hicimos y ella me hizo salir de su casa para acto seguido encerrarse con el hijo y yo quedé ahí, solita en el patio, mirando hacia la casa de donde salían los gritos de dolor de mi infortunado pariente).
Mi abuela dijo que a ella no le pegaban pero que en sus tiempos el arma de tortura eran las varas de mimbre ( y yo recordé también en silencio los cuentos de mi madre, que nunca nos pegó, de la vara endemoniada de su progenitora).
Mis hijos escuchaban con los ojos como el dos de oro y no podían creer tal despliegue de violencia.
Me llamó la atención:
A) Que recordarámos sin dolor "espiritual" y simplemente como anécdota curiosa.
B) Que las dos adultas pegadoras, mi abuela y mi tía, no se hicieran cargo de su pecado.
C) Que algo tan cruel fuera tan común y aceptado por la sociedad en pleno siglo veinte.
D) El asombro de mis hijos adolescentes al escucharnos ( porque me hizo recapacitar y darme cuenta que lo que recordábamos era mucho más grave de lo que pensábamos).
¡ Y después dicen que los tiempos de antes fueron los mejores!
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