Caminando por el barrio veo venir en sentido contrario a una conocida pareja sexagenaria y empiezo a saludar con la mano sin obtener respuesta del otro lado. Al cruzarnos el señor me dice: "¡Uru, es usted, es que como siempre anda llena de colores nos extrañó verla vestida de negro!".
Entro a la sede de la asociación que agrupa a los que ejercen mi profesión y una de las empleadas me dice que habían estado comentando que de todas las socias la que más cambiaba el "look" del cabello era yo.
Una colega me dice como al pasar que recuerda una clase en facultad donde la profesora les decía que para trabajar era conveniente tener un estilo clásico y en lo posible usar polleras y chaquetas ( yo no recuerdo esa materia y me parece un bolazo para decirme solapadamente que no le gusta mi forma de vestir).
Me sorprende comprobar que diferente puede ser la imagen que tienen los demás de nosotros de la imagen que nos hacemos de nosotros mismos.
Nunca pensé que alguien me pudiera desconocer por vestir de negro o que los cambios de mi pelo llamaran la atención y menos que a una colega y amiga le disgustara que no usara pollera ni abusara de la planchita para el pelo.
También puedo contarles que el año pasado engordé bastante y estaba convencida que el lavarropas me achicaba la ropa y nunnnca se me pasó por la mente que el H de P sólo achicaba mis prendas y dejaba perfectas las del resto de la familia.
Esto último debió de haber sido un ataque de resiliencia.