sábado, setiembre 27, 2008

Montevideo, día miércoles, alrededor de la hora veintiuna. Bajo de un ómnibus local en la zona de Tres Cruces para subirme a uno interdepartamental rumbo a mi casa, después de un largo día de trabajo. Ya el primer bus tiene problemas en estacionar porque un carro con caballo y sin "ojos de gato" circula adelante en una hora con mucho tráfico. Me dispongo a caminar y a cruzar avenidas para llegar a la terminal. Siento un : "¡Dale! ¡Daaaaleeeee!" y veo pasar al lado mío a otro carro tirado por un caballo flaco con la boca llena de espuma. El que grita va en el carro cargado hasta el infinito de cosas y sin ninguna señalización para circular en la noche. Siento lástima, bronca, impotencia. Lástima por el pobre animal maltratado, cansado, seguramente enfermo, entre un mundo de asfalto, ruidos, luces. Bronca por el sujeto que va sentado y cómodamente recostado en el carro, gritando, exigiendo, poniendo en peligro su vida y la de los demás. Impotencia hacia un sistema que no educa, que premia al "malandro", que castiga al honesto. No permitir en pleno siglo veintiuno la tracción a sangre en condiciones extremas no es redituable. El carro no paga patente de rodados. El conductor no tiene dinero para pagar multas. El animal no habla y por consiguiente no se queja. El mediocre abusador del que considera en condiciones inferiores existe en todas las clases sociales.
Me encantaría saber que pasaría si en el próximo viaje a "la capital" me subo a un carro y salgo como loooca al galope de un pobre cuadrúpedo por la Interbalnearia. Situación que no es descabellada, la he visto protagonizada por menores.
Mientras tanto, me trago la rabia, me subo al ómnibus y en la mañana del otro día yendo hacia mi oficina en un auto que cumple los años de mi hijo mayor ( veinte) me tengo que bancar la soberbia y los insultos de un hombre de gorro hasta la frente, bufanda tapando la nariz, en un día que no amerita tanto abrigo, que pide ( ¿ o roba elegantemente?) a los pobres infelices que paramos en los semáforos del cruce de las avenidas Acuña de Figueroa y Roosevelt de la ciudad de Maldonado.
Porque claro, los "ricos" con auto tenemos que ser mayores de edad, tener autorización para conducir, los caballos de fuerza de nuestros vehículos no tienen boca que largan espuma y debemos parar en los semáforos en rojo, aunque corramos el riesgo de ser asaltados por los malvivientes, jóvenes, sanos, fuertes, que prefieren la limosna por el miedo que el trabajo digno, aunque sea juntando las piñas que caen de los árboles y vendiéndolas casa por casa.
Allí están, hace tres años, a pocas cuadras de la Intendencia Municipal, invisibles para los inspectores que pasan varias veces. No son negocio. Tampoco son una "herencia maldita". Son el producto de una sociedad que perdió sus valores y de un gobierno que castiga al trabajador y ampara al delincuente.
He dicho. Manden palos que este cuerpito aguanta.

sábado, setiembre 20, 2008


En la ducha matinal me lastimé la frente golpeándome con el borde de una mesada, cortina de por medio. Ventajas de ser pobre: si tuviera una mampara me hubiese reventado contra el vidrio y me imagino cayendo desmayada en cámara lenta y dejando un rastro de sangre. Pero el nylon amortiguó el golpe aunque quedé tatuada a la fuerza por varios días. Cicatrizó la herida y me quedé sin voz por cuatro días, no renuncié, hablé por señas y seguí la marcha. El domingo recuperé fuerzas y volví al ruedo pero con el transcurso de la semana cada día me sentí más cansada y con más dolores ( ¡y tos, mucha tos!), ignoré y seguí, había que aguantar hasta el fin de semana. Llegó el sábado y aquí estoy culminando la mañana y con miras de trabajar hoy y el domingo.
La tengo clara:
El Universo, con el "tiquiñazo" en la frente, me dijo: "Para".
Sacándome la voz me dijo: "¡Paaaaraaaaaa!".
Con la gripe me dijo: " ¡Si no parás, boluda, te mando una piorrrrrr!".
Pero le pedí este fin de semana para organizar mi laburo y poder tomarme unos días.
Tengo claro que si desaparezco de este Mundo, el muy cruel va a seguir rodando.
Que a mis clientes les van a importar más sus asuntos que mi muerte.
Que no soy indispensable.
Que no puedo ser tan controladora y que cuando delego tengo que efectivamente delegar y no seguir metiéndome en los temas para los que pedí ayuda.
Que de la Mujer Maravilla sólo tengo las caderas generosas.
Que si no decido tomarme unas vacaciones me las voy a tener que tomar obligada por una enfermedad o un accidente.
El lunes empiezo a apretar los frenos, vamos a ver cuando puedo estacionar y bajarme a descansar ( ¡sin derrapar!).

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martes, setiembre 09, 2008

Es ese preciso momento
en que el después
es tan importante
como el durante
y mucho más tierno
que el ansioso antes.
Es ahí, cuando en el
después amago irme
y tus pies enlazan los míos
y nos quedamos
en silencio
y disfrutando.
Es allí, cuando mi alarma
muta en rojo
y censuro un te quiero
porque ese es mi límite.
Para tenerte siempre.
Para nunca sufrirte.