Caminaba desde el supermercado hasta mi casa. Los termómetros marcaban más de treinta grados y era una calle curva y con un repecho ( suelo suavemente ondulado de mi paisito). Me había entusiasmado comprando, sin pensar que luego tendría que cargar con las pesadas bolsas cuesta arriba y bajo el sol del mediodía. Para colmo el polvo que salía de un barracón teñía el aire de tonos blancuzcos. Decidí cruzar hacia la otra vereda y al subir a la acera me encontré con un arbusto lleno de flores coloradas por donde revoloteaba un picaflor. Quedé extasiada mirando a ese bichito flaquito y oscuro de movimientos bruscos y alitas a todo dar "saltando" de flor en flor. Al querer seguirlo con la mirada mis ojos enfocaron más allá y se cruzaron con los de una veterana de batón y cabello peinado hacia atrás, que sentada en el patio de su casa miraba con recelo a esa mujer cargada de paquetes parada frente a "su" arbusto. Estuve a punto de hacerle un comentario pero no me atreví al ver su expresión. Al desviar la vista el esbelto pajarito ya se había ido. Yo seguí mi camino, era la parte más empinada, después venía la meseta que atravesé bajo la sombra de unos árboles que me hicieron de cortejo. Crucé otra calle y enseguida estaba mi hogar luego de un breve repechito. La señora nunca vio al picaflor, no creo que disfrute ni del olor ni de la visión de las flores rojas. Ella se lo pierde.