Ayer fue un día de calor agobiante, a media tarde la ciudad parecía desierta, lo único que se movía era el vapor que subía de las calles. Fui hasta mi lugar de trabajo y estacioné en el único sitio donde había sombra, a contramano y conciente de mi falta pero pensando que era domingo, no había ni un alma y el auto estaría fresco cuando regresara. Pero cuando volví además del auto fresco encontré un papel amarillo sobre el parabrisas que me informaba que había sido multada. El horario que lucía en la boleta era exactamente el del momento en que yo estacioné, hora en la que no habían vehículos, no había gente, sólo había un pedacito de sombra en la que yo tuve la mala idea de estacionar. Me imagino al inspector mirando por la ventana de su casa y despuntando el vicio de multar o agazapado tras el único arbusto de la esquina porque el otro árbol fue el que cobijó a mi auto y allí atrás no había nadie. Antes de empezar a mencionar cariñosamente al inspector, a la intendencia, al gobierno, al mundo y a mi por boluda ( en ese órden), recordé que me propuse trabajar mi ira y vivir en ondas de amor y paz, por lo que respiré hondo y traté de sacar la enseñanza de la situación. Y se fue el día sin que la sabiduría me alcanzara pero la que si me estaba alcanzando de a poquito era la bronca. Y de pronto: ¡ ZAS! ¡ La revelación! Cuando menos la esperaba y mi mente fluía en otras ideas, conduciendo el vehículo objeto de mis males recientes ( a él también le iba a tocar si me alcanzaba la ira), de pronto todo fue muy claro, allí estaba la enseñanza inundando mi ser: ¡ LOS DOMINGOS NO SE TRABAJA, PELOTUDA!