En Semana Santa fuimos tres veces al cine.

La primera vez a ver Trescientos en una cadena instalada en un shopping center. Empezó con la imagen cortada y de las "leyendas en español" sólo se veía el primer renglón. Pasó un buen tiempo y nadie se hacia cargo a pesar de los aplausos y los silbidos. Dos o tres espectadores se levantaron para "avisar". Las luces de la sala se prendieron y un hombre nos comunicó que se iba a rebobinar la película y a proyectar nuevamente. Todo bien, sin quejas, gente distendida y de vacaciones. Cuando ya se acercaba el final , en el abrazo de un niño con su madre, se sintió un golpe seco. Ruido raro para un encuentro de cuerpos aunque fueran espartanos. Allí quedó congelada la imagen y de nuevo la espera a oscuras con madre e hijo abrazados para la eternidad. Al rato y repitiendo el ritual anterior ( con inclusión de la ida " a avisar") se prenden las luces y el mismo hombre nos informa que no pueden arreglar la película y que darán pases para una nueva función. A esta altura algunos se quejaron, la sala estaba llena, un papelón. Al salir nos encontramos casi enrejados, ya tenían todo preparado para cerrar apenas saliera el último espectador. Sólo había dos funcionarios para un complejo de ocho salas.

Volvimos otro día para ver una película sin cortes pero bastante aburrida a pesar de la fotografía: Perfume.

La tercer película la elegí recordando la recomendación de fodor en su blog: El Laberinto del Fauno. El cine que la proyecta está sobre la principal calle de la ciudad. Llegamos apurados pensando que lo hacíamos tarde pero todavía no se había dado acceso a la sala. Eramos seis espectadores. Al rato vimos llegar a una pareja a paso rápido. El es un actor argentino que me encanta ( ¡ y qué bien se mantiene a los cincuenta!). Como se acostumbra por estos pagos todos fingimos no conocerlo y el disfrutó de su anonimato. Al otro día al contarle a mi hija dio un grito y se arrepintió de no acompañarnos ( de tal palo...). Pero volviendo al cine, las puertas de la sala se abrieron y apareció el mismo señor que nos atendió en la boletería para avisarnos que se habían olvidado de rebobinar la película y lo estaban haciendo. Paciencia. Mientras espero me como una bolsita de pororó acaramelado y tomo una gaseosa ( light, tampoco la pavada). Entramos a la sala con olor a humedad y butacas clausuradas con un cordón blanco. La película "arranca" apenas nos sentamos ( "sobre el pucho, la escupida") y es bien linda aunque me cuesta adaptar mis oídos al idioma español después de tanta película en inglés con subtítulos.

Esto sucedió en un balneario famoso y con "glamour".

Es difícil mantener un negocio todo el año por estos pagos. En los cines del Shopping, que en invierno trabajan con tres o cuatro espectadores por función, seguramente al terminar febrero achicaron gastos reduciendo personal y no previeron el aluvión de Semana de Turismo. El otro cine, a pesar de ser una sala con frente a la principal avenida de Punta del Este, subsistirá por la voluntad empeñosa de sus dueños, alquilándolo para fiestas escolares y compitiendo con las salas más nuevas y acondicionadas del Shopping. Es difícil y agotador sobrevivir en una zona que es una ciudad superpoblada por dos meses y casi fantasma el resto del año.

El Estado tampoco ayuda, castigando con impuestos e inspecciones al que pretende mantener su negocio abierto todo el año. No dan los números.

Y encima nos espera una reforma fiscal que entrará en vigencia a mediados de año y seguramente "rematará" a los que quedamos "cabeceando", al mejor estilo de los personajes de Trescientos y El Laberinto del Fauno.